La Laguna de plata (relato más bien corto).


La Laguna de Plata.

El viejo bajó caminando la pendiente a paso lento y pausado, cada zancada calculada y premeditada como una oración.

La pendiente que llevaba a la laguna estaba sembrada de bolones y rocas pulidas, desteñidas por el sol como huesos de un vasto osario, a pesar de esto el viejo no se apartaba de su camino continuando su paso con la seguridad de un rio que lleva al mar.

Si hubiéramos podido acercarnos habríamos visto que susurraba muy despacio arrastrando imperceptibles palabras que se perdían como los hilillos de agua que bajaban a los valles desde las vertientes de la cordillera.

No habría sido fácil estimar la edad del hombre, su piel seca y curtida podía ser el resultado tanto del paso de los años como la erosión imperdonable del clima de las montañas. El tono oscuro y brillante tampoco entregaba pistas, a pesar del desgastado poncho y el enorme sombrero de ala ancha era muy probable que su tono de piel donde estaba protegido del sol fuese el mismo. Pero era cosa de ver la parsimonia de su andar para percibir el tiempo se había acumulado todo lo que podían aguantar los huesos de un hombre.

Aun así caminaba erguido y mantenía el ritmo y dirección abajo hacia la laguna.

Por fin a una cierta distancia de la playa  se sentó crujiendo. Dejó su morral a un lado y se quedó mirando la superficie del agua y su entorno, se tomó su tiempo, el cabello largo y blanco que caía por su espalda y se asomaba fuera de la fresca sombra de su gorro despedía brillos de plata mientras giraba su cabeza para escudriñar el lugar sagrado. No estaba viendo lo que nosotros hubiéramos visto de estar ahí, si bien su vista estaba fija en las laderas que rodeaban a la laguna y se abrían en un angulo amplio hacia el cielo, no era el presente lo que sus desgastados ojos observaban.

Finalmente apartó la vista y se inclinó sobre el morral y sacó una fruta de un color intenso y cascara dura y porosa y un cuchillo de piedra verde afilada. Al hendir la cascara con el cuchillo el fruto soltó una nubecilla de jugo pulverizado que esparció un profundo aroma a varios metros , el viejo lo siguió con la nariz levantada y aspiró hinchando sus pulmones, fue el único momento en que su expresión cambió, sonrió y cerró los ojos por un instante.



Cuando volvió en sí, empezó a desprender la cascara de la fruta lentamente con el cuchillo haciéndola girar mientras el filo del cuchillo de piedra iba poco a poco dejando la carne de la fruta al descubierto.

De haber estado ahí nos habría parecido extraña la cantidad de tiempo que le tomaba al hombre descascarar la fruta, la giraba de un lado luego hacia el otro y poco a poco las espirales de corteza caían al suelo de tierra del mismo color rojizo que la piel del viejo mientras continuaba murmurando una canción en un tono que poco se diferenciaba de la respiración de un recién nacido mientras sueña.

Un rato atrás cuando el viejo comenzó a bajar por las amplias laderas de piedra de la laguna el cielo era de un azul limpio y profundo que se reflejaba como un espejo perfecto sobre el agua, ahora, mientras desnudaba la fruta volteándola y girándola una y otra vez, las tres lunas de sus abuelos se acercaban lentamente en el cielo.

El tiempo ya no tenía importancia en esos momentos era una molestia sin importancia que se podía alejar de un manotazo casual en el aire.

En algún lugar a espaldas del hombre más allá de los valles el sol estaba por esconderse en un incendio de purpuras y naranjas pero ahí arriba en la laguna en medio de las montañas el azul profundo y oscuro del cielo era solamente opacado por el fulgor de los discos de las tres lunas cuyo reflejo se alineaba perfectamente en el espejo de aguas de plata liquida.

Las sombras de las rocas se proyectaban en las extensas paredes del cráter mientras la piel del viejo brillaba como si fuera de plata también y quizás si hubiéramos estado sentados a su lado en ese momento nos hubiera parecido que ahora era un hombre joven, mucho más joven.




La primera persona en salir del agua fue una mujer de cabello largo, rasgos afilados y labios gruesos, tenía su vestido desgarrado por un corte por donde se asomaban unas costillas, miró unos instantes al viejo que ahora miraba fijamente el suelo aunque hubiera dado cualquier cosa por volver a verla una vez más, siguió su camino y desapareció.

Atrás de ella la siguió un niño de cabello largo y una herida profunda sóbre una de sus orejas que llevaba decorada con unos pendientes hechos de diminutas conchas marinas, lo seguía un viejo alto con una corona de plata escrita en la lengua antigua de sus abuelos, sus ojos eran dos cuencas vacías decoradas con cortes de cuchillo, abajo, en su tórax adornado con colgantes de huesos y conchillas de mar se hundían diez penachos de flechas enterradas profundamente en el cuerpo que probablemente habían prolongado su agonía durante horas…en sus manos llevaba una espada de piedra.

Detrás de él eran varias las cabezas que se asomaban del agua y lentamente salían chorreando hasta la orilla y emprendían la cuesta por las paredes de la laguna brillando como cuando las lunas están llenas, no hacían ondas ni provocaban disturbio alguno en la superficie del agua sin embargo dejaban un trayecto de pisadas húmedas detrás de si.

Hombres, mujeres, niños, viejos, recién nacidos, todos avanzaban con el mismo paso profético, lento pero ineludible, del viejo.

Las lunas se quedaron congeladas en el cielo aunque podría haber sido una ilusión.

El tiempo seguía congelado y el universo no se percataba.

A lo mejor por eso el viejo no podría haber dicho cuando fue que el viento trajo el primer grito desde los valles, llegó débil como un suspiro de una era lejana, luego se escucharon con claridad los alaridos que subían desde el pueblo abajo donde el rio disminuía su corriente  y habían decidido que era un buen lugar para asentarse, los gritos subían por las cañadas y los desfiladeros, por los abismos y las gargantas de roca, por los templos quemados y los palacios devastados hasta ser convertidos en piedrecillas, por las fosas y las piras, hasta llegar arriba hasta las cumbres nevadas de la laguna.

Cuando el último grito se apagó el viejo se puso en pie , limpió su poncho, recogió su morral y lentamente se adentró en las aguas de la laguna sin hacer ondas en el agua. Pronto volverían los otros pero para entonces las lunas ya no estarían alineadas.

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